Manuel Rojas Pérez
En la teoría del filósofo marxista italiano Antonio Gramsci, la hegemonía cristaliza en la intervención del poder en cualquiera de sus formas sobre la vida cotidiana de los sujetos y en la colonización de todas y cada una de sus esferas, que ahora son relaciones de dominación.
Así, el poder de las clases dominantes sobre las clases sometidas en el modo de producción capitalista (proletariado), está dado por la hegemonía a través del control del sistema educativo, de las instituciones religiosas y de los medios de comunicación.
A través de estos medios, las clases dominantes “educan” a los dominados para que éstos vivan su sometimiento como algo natural y conveniente, inhibiendo así su potencialidad revolucionaria. Es decir, para que el pueblo se acostumbre a que cierto grupo siempre permanezca en el poder y no se revele contra ello.
Luego, la clase dirigente refuerza su poder con formas muy diversas de dominación cultural e institucional, mucho más efectivas que la coerción, en la tarea de definir y programar el cambio social exigido por los grupos sociales hegemónicos.
Así, la hegemonía va más allá de la simple dominación o sustitución de unos dirigentes burgueses por otros socialistas. Para Gramsci, el éxito revolucionario no se da con la toma del poder, sino cuando transforman las formas de vida de los ciudadanos, por lo que controlar el gobierno viene a ser apenas un primer paso de la revolución socialista.
El verdadero triunfo viene cuando se genera la alienación, el cambio en el modo de pensar y actuar de los ciudadanos. La hegemonía postmarxista de Gramsci, como la llama Sartori, viene a configurarse entonces bajo una visión totalitaria.
Latinoamérica conoce de demasiados intentos de hegemonías, de modelos que van más allá de la democracia, incluso más allá de la dictadura. Muchos gobiernos de nuestra región intentan ingresar de manera directa y definitiva en la vida de cada uno de los ciudadanos para controlarla a su antojo a los fines de sus intereses personales.
Lo hacen fundamentalmente a través de leyes arbitrarias, a través del control casi absoluto de los medios de comunicación, pero también controlando los medios de producción.
Ahora, es importante destacar que para que la hegemonía cumpla con sus fines, debe haber equilibrio perfecto entre quien la aplica y el colectivo a quien va dirigida, por lo que cuando la clase que controla el poder no cuenta con el respaldo social, éste pasa a ser simplemente dominante por la fuerza (parafraseando a Ludovico Silva).
Así, lejos de cohesionar, el bloque histórico se distancia de los ciudadanos, incapaz
por más tiempo de integrar a la sociedad.